La primera vez que me sumergí en «The Destructors» de Graham Greene, la sangre me hervía con cada página.
Imagina esto: un grupo de chavales demoliendo impunemente una casa diseñada por el mismísimo Christopher Wren, ¡el arquitecto de la Catedral de San Pablo! Una casa que, increíblemente, había sobrevivido al Blitz, esa brutal campaña de bombardeos nazis contra el Reino Unido. El grupo de vándalos encierran al dueño en un lavabo exterior y proceden a destrozar la casa pieza por pieza, hasta que, en un giro macabro, atan una cuerda de un puntal a un camión. El camionero se aleja riendo, y toda la estructura se desmorona.
No entendí la historia hasta que llegué al final «trabajaban con la seriedad de los creadores, y la destrucción, después de todo, es una forma de creación.» ¡Boom! De repente, todo cobró sentido. La historia no era solo sobre la destrucción, sino sobre la imperiosa necesidad de eliminar lo antiguo para poder afrontar lo nuevo.
Esto me resonó profundamente en mi primera aventura emprendedora. Creé una app que, para mantenerla, me costaba 600 euros al mes. Durante un año y medio, me negué a soltarla. Me drenaba económicamente, pero no podía dejar de pagar. Le había dedicado gran parte de mi tiempo, incontables fines de semana y noches sin dormir. En ese momento, mis conocimientos de marketing eran nulos, y mis habilidades para vender, inexistentes. Cuando finalmente la desmantelé y desmantelé todo el sistema que había creado, no pude evitar sentir una profunda pena. Fue como despedirme de una parte de mí.
Nos aferramos a viejas conductas, proyectos o incluso relaciones, solo porque nos resultan cómodas. Nuestro cerebro ama la comodidad y no le agrada la incomodidad, haciendo todo lo posible para que permanezcamos en nuestra zona de confort, aunque no sea ni el mejor lugar ni el más agradable para nosotros.
Esta experiencia me enseñó una verdad fundamental: emprender con intención clara, atención plena y el valioso desapego, tanto en el éxito como en el fracaso, siempre libre de pretensiones. Solo cuando aprendemos a desprendernos de lo que fue, por mucho esfuerzo o cariño que le hayamos dedicado, liberamos el espacio y la energía necesarios para construir lo que será. Es un acto de valentía, un «destructor» de lo cómodo para ser un «creador» de lo nuevo. La comodidad es un espejismo que a menudo nos frena.
Ahora, te invito a pensar por un momento:
¿Qué estás dejando escapar por mantenerte en tu zona de confort?
¿Qué podrías hacer, y no haces, para salir de ella y encaminarte hacia tus nuevos objetivos?
A veces, la mayor creación comienza con una valiente destrucción. ¿Estás listo o lista para derribar lo que ya no te sirve?
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